lunes, 20 de abril de 2015

NO MÁS MUERTES EN EL MAR

"En el barco íbamos más de 950 inmigrantes. Muchos encerrados en las bodegas. Había entre 40 ó 50 niños y 200 mujeres". Esto es parte del relato de uno de los 28 supervivientes del barco que había partido de Libia y que naufragó el sábado por la noche a 60 millas de Libia y a 120 de Lampedusa, en el Canal de Sicilia. Sabemos por los medios de comunicación italianos que este hombre es de Bangladesh. No sabemos su nombre. Ni sabemos los nombres de quienes viajaban en condiciones infrahumanas en la embarcación siniestrada. Ni los sabremos. Como siempre. 
España e Italia son los países más afectados directamente por la inmigración de ciudadanos con nombre y apellido, con familia, que intentan a la desesperada huir del hambre, del terror, de las persecuciones. Que abandonan su hogar para ir en busca de una vida mejor, de un sueño que, la mayoría de las veces se queda en aguas del Estrecho o del Mediterráneo. El naufragio de este fin de semana es la peor tragedia ocurrida en el Mediterráneo. De "hecatombe" la ha calificado ACNUR. 
Ayoub, Noumoke, Barry...son algunos de los jóvenes que conocí cuando colaboraba con Amis, una ONG que se ocupa de chicos que han llegado a España después de saltar la valla de Melilla o de alcanzar las costas a través del Estrecho, procedentes de África. Yo les enseñaba español. La mayoría estaba de paso. Dejaron sus familias, dispuestos a todo para lograr una vida mejor. Me emociono al recodar cómo Barry me contaba que quería ser futbolista porque en Sierra Leona era un buen defensa, que Noumoke, de Costa de Marfil, tenía la ilusión de ser mecánico de coches, y que Ayoub, que era estudiante en Guinea Conakry, deseaba seguir estudiando. 'Gracias', me decían cada día al finalizar la clase. 'Gracias a vosotros', les decía yo. Agradecida por haberles conocido, por su humanidad, sus ganas de vivir y de perseguir sus sueños que ojalá se cumplan. 
"En el barco íbamos 950 inmigrantes...". El horror, una vez más en aguas del Mediterráneo. Dos años han pasado desde el naufragio de otra barcaza que naufragó cerca de la isla italiana de Lampedusa y en la que perecieron cerca de 300 inmigrantes. Al igual que ahora, los dirigentes europeos se rasgaron las vestiduras y lamentaron la pérdida de vidas. Entonces, las reuniones no sirvieron para nada. Y hoy, una vez más, nos sobrecoge la noticia de un nuevo naufragio. 
Es hora de que actuar, de tomar decisiones. Hora de actuar sobre el terreno para paliar la pobreza. Hora de actuar contra gobiernos tiranos. Hora de frenar el avance del terror enfundado en siglas de estados no reconocidos por la comunidad internacional. Hora de acabar con las persecuciones por motivos religiosos. Hora de poner fin a las mafias de indeseables que se llenan los bolsillos de dinero a cambio de personas desesperadas por alcanzar las costas de Europa, sabiendo que la mayoría no llegará, que se quedará en el camino. Es hora de poner en marcha operaciones de rescate que eviten tantas muertes. Es hora de que Europa y la comunidad internacional miren de frente a lo que está ocurriendo en Libia, Malí, Somalia, Gambia, Bangladesh, Sudán, Siria, Libia y tantos otros países africanos de los que salen, cada día, miles de hombres, mujeres y niños que huyen por necesidad de una vida sin esperanza.
Mañana los medios de comunicación se habrán olvidado de la barcaza que zozobró en la madrugada del sábado al domingo en el Canal de Sicilia. De los casi 1.000 muertos.
Pero este drama es también nuestro drama. En lo que llevamos de 2015 más de 35.000 solicitantes de asilo e inmigrantes han buscado refugio en Europa a través del Mediterráneo. En torno a 1.600 murieron en el intento. Son datos de ACNUR. Las previsiones son alarmantes. Por eso, no basta con decir que lamentamos las muertes. 
A ver si esta vez las reuniones de ministros europeos convocadas con urgencia por lo ocurrido este fin de semana sirven para algo más que para rasgarse las vestiduras.  




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