viernes, 4 de septiembre de 2015

AYLAN KURDI Y KINAN MASALMEH, LOS ROSTROS DE LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS

Ha tenido que morir ahogado para ponerle nombre y conocer su historia. Estupefactos, con horror y un nudo en la garganta, nos hemos asomado a través de las portadas de medio mundo a la realidad más descarnada y dramática de los refugiados, en su mayoría sirios, que huyen del terror en busca de ayuda. 
Hoy todos sabemos que el pequeño de camiseta roja y pantalón azul que yacía boca abajo en una playa de Turquía, se llamaba Aylan Kurdi, que tenía tres años y que viajaba junto a su familia en una barcaza hinchable desde la costa turca hacia la isla griega de Kos, donde nunca llegó. 
Junto a Aylan, también murieron su hermano Galip, de cinco años, y la madre de ambos, Rihan, de 35. Abdulá Kurdi es el padre. El único superviviente. Desesperado, sin consuelo, cuenta que ahora sólo quiere volver a su casa en Kobane, Siria, para enterrar a los suyos. Kobane, de donde huyó para intentar poner a salvo a su familia. Canadá les negó el asilo que solicitaron. Leo indignada que Canadá ahora sí acepta acogerle, ahora que ha perdido a su familia. A Abdulá ya no le importa si le matan en Siria. Abdulá sólo quiere que Europa tome conciencia de lo que ocurre en Siria, quiere que el mundo sepa lo que está ocurriendo con los refugiados porque no quiere que otras familias sufran, no quiere que a otros les pase como a él. Abdulá hace un llamamiento para que la comunidad internacional actúe y les ayude. Pero Abdulá no es un niño y su llamamiento apenas tendrá repercusión. A los gobernantes no les conmueven las peticiones de ayuda de hombres como Abdulá. 
A los gobernantes parece que le remueve algo su conciencia la muerte de un niño como Aylan. O mejor dicho, la fotografía de Aylan tendido sobre la arena de la playa mientras el agua le toca, le acaricia el rostro. Eso sí. Esa imagen devastadora parace que ha hecho reaccionar a unos gobernantes europeos que hasta ahora buscaban excusas para regatear con el número de asilados de guerra que aceptan acoger en sus países. Los políticos europeos, incluido el español, ahora aceptan aumentar el número de refugiados. A ver en qué queda todo.
El mismo día que la imagen de Aylan nos dejó conmocionados, conocimos a Kinan Masalmeh. Tiene 13 años. Ojos claros, grandes. Dejó Siria y se encuentra, junto a miles de compatriotas, retenido en Budapest por la polícía húgara. Habla en inglés porque su mensaje debe llegar a todo el mundo como así ha sido. Incluso para esos gobernantes que chapurrean este idioma sus palabras son claras. Es la voz de los refugiados, de los niños y de los adultos. "Por favor, ayuden a los sirios. Los sirios necesitan ayuda ahora. Sólo paren la guerra. Nosotros no queremos quedarnos en Europa. Sólo paren la guerra". Su llamamiento es conmovedor, desgarrador. La comunidad internacional, tiene razón Kinan, debe hacer algo para acabar con una de las mayores catástrofes de la historia reciente. 
Aylan Kurdi y Kinan Masalmeh, son las dos caras de una misma moneda, de un mismo drama. Ambos son niños, los dos nacieron en Siria. Y junto a sus respectivas familias dejaron su casa, su país, huyendo del horror de una guerra que tras más de cuatro años ha dejado 250.000 muertos, 10.000 son menores de edad; 11 millones de desplazados y cerca de cuatro millones de refugiados. 
Sólo un dato más: el 30 por ciento de los refugiados son niños como Aylan y Kinan. 
Como dice Unicef: 'La compasión debe ir unida a la acción'.

Aylan, portada de los periódicos de medio mundo.



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