1, 2, 3, 4....así hasta 1.083. Este es el número de personas -
entre mujeres, hombres y niños - con sus nombres y apellidos, con sus historias
a cuestas, que el Mediterráneo se ha tragado sólo durante la pasada semana.
¡1.083 personas en una semana! Todas ellas han muerto ahogadas en ese mar que
se ha convertido ya en el cementerio de la vergüenza para quienes vivimos a
este lado de Europa; sí, para los que vivimos en esta Unión Europea cuyos
dirigentes miran para otro lado ante el horror de esas muertes. Cadáveres que
en ocasiones el mar devuelve a tierra, como hace pocos días cuando fueron
hallados en las playas de la costa oeste de Libia 117 cuerpos; imágenes sobrecogedoras que no hacen sino remover
nuestras conciencias y hacernos sentir impotentes y culpables a partes iguales.
No es la primera vez que escribo sobre
barcazas hundidas en medio del Mediterráneo y, mucho me temo, que no será la
última; no, mientras no se pongan de acuerdo los políticos de la UE para actuar
sobre el terreno e impedir que las mafias sigan llenándose los bolsillos a
costa de la ilusión por lograr una vida mejor o a costa de la desesperación de
quienes se ven obligados a huir de guerras, persecuciones y asesinatos de
gobiernos arbitrarios.
A estas migraciones procedentes en su mayoría de países en
conflicto del África subsahariana, se añade el flujo migratorio causado por las
interminables guerras en países como Irán o Afganistán, que ha provocado una
crisis humanitaria sin precedentes desde la segunda guerra mundial, según
denuncia Naciones Unidas. Da igual si proceden de Irán, de Sudán, de
Afganistán, de Malí...todas estas gentes necesitan ser acogidas por una Europa
que no las quiere, una Europa cuyos gobernantes no son capaces de buscar
soluciones a este terrible drama humano. Todo lo que se les ha ocurrido es
pagar a Turquía para quitárselos de encima - un acuerdo, por cierto, que
Amnistía Internacional ha denunciado por considerarlo ilegal, solicitando a la
UE que paralice de inmediato las devoluciones.
Mientras, seguimos viendo los campamentos atestados de mujeres,
hombres y niños; como si fueran animales, detrás de vallas de alambrada
levantadas con una rapidez inaudita por las autoridades locales, en condiciones
infrahumanas, y con la única ayuda de las ONGs. Siempre las ONGs. Al horror de
estos campamentos hay que añadir los miles de desaparecidos - sobre todo niños
y niñas - de los que se desconoce sus paradero pero que llegaron a Europa. Y el
peor de los dramas, el de los muertos en el mar Mediterráneo de los que hablaba
al comienzo. Los datos son difíciles de asumir. Sólo en los cinco primeros
meses de 2016 y hasta el 31 de mayo, 2.443 han perdido la vida, mientras que 205.509
migrantes y refugiados han llegado a Europa por vía marítima, desembarcando en
Italia, Grecia, Chipre y España, según la Organización Internacional para
las Migraciones.
No espero que los políticos españoles, enfrascados en una nueva
campaña electoral - por mucho que la llamemos precampaña - aporten soluciones
al drama de la emigración y de los refugiados. No espero que sean capaces de
llegar a un acuerdo en torno a este delicado y urgente tema de carácter
humanitario. Y no lo espero porque el domingo comprobé abochornada y con pena
cómo quienes dicen ser los representantes de una nueva forma de hacer política
cayeron en lo peor de la vieja política, en la demagogia, utilizando a los
refugiados como arma arrojadiza electoral. No lo esperaba ni de Pablo Iglesias
ni de Albert Rivera. Pero eso es lo que pasó en Salvados, el programa de Jordi
Évole.
Escuchar a Rivera acusar a Iglesias de demagogia por ir a Grecia a
"abrazar a Tsipras" mientras él había ido a "abrazar a
niños" refugiados, me pareció muy desafortunado y tan demagógico como
cuando Iglesias acusó a Rivera de ir a los campamentos a hacerse fotos para
sacar rédito electoral. A favor de Rivera diré que fue el primer candidato
que visitó varios campos de refugiados en Grecia. ¿Por motivos electoralistas?
por lo que sea, lo importante es que los políticos conozcan de primera mano la
realidad de los refugiados. Pedro Sánchez también se acercó pocos días después
a dos campos de refugiados en Alemania, pero quienes siguen sin conocer sobre
el terreno las penurias de los refugiados son Mariano Rajoy y Pablo Iglesias.
Lo del presidente del PP no me sorprende, lo del presidente de Podemos, sí.
De las muertes en el Mediterráneo, ni una palabra les escuché a nunguno de los dos candidatos de la llamada nueva política. Así que sólo espero que en la campaña que comienza oficialmente el jueves
a las doce de la noche y que, por lo que veo, se presenta crispada y subida de
tono, los candidatos hablen de los refugiados y de los emigrantes sólo para decir que están
dispuestos a llegar a un acuerdo que trate de poner fin al creciente drama de tantas y
tantas personas que sueñan con una vida mejor y que se quedan por el camino en
ese cementerio de la vergüenza en el que se ha convertido el Mediterráneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario