lunes, 6 de junio de 2016

EL MEDITERRÁNEO, EL CEMENTERIO DE LA VERGÜENZA DEL QUE NADIE QUIERE ACORDARSE

1, 2, 3, 4....así hasta 1.083. Este es el número de personas - entre mujeres, hombres y niños - con sus nombres y apellidos, con sus historias a cuestas, que el Mediterráneo se ha tragado sólo durante la pasada semana. ¡1.083 personas en una semana! Todas ellas han muerto ahogadas en ese mar que se ha convertido ya en el cementerio de la vergüenza para quienes vivimos a este lado de Europa; sí, para los que vivimos en esta Unión Europea cuyos dirigentes miran para otro lado ante el horror de esas muertes. Cadáveres que en ocasiones el mar devuelve a tierra, como hace pocos días cuando fueron hallados en las playas de la costa oeste de Libia 117 cuerpos;  imágenes sobrecogedoras que no hacen sino remover nuestras conciencias y hacernos sentir impotentes y culpables a partes iguales.
No es la primera vez que escribo sobre barcazas hundidas en medio del Mediterráneo y, mucho me temo, que no será la última; no, mientras no se pongan de acuerdo los políticos de la UE para actuar sobre el terreno e impedir que las mafias sigan llenándose los bolsillos a costa de la ilusión por lograr una vida mejor o a costa de la desesperación de quienes se ven obligados a huir de guerras, persecuciones y asesinatos de gobiernos arbitrarios.
A estas migraciones procedentes en su mayoría de países en conflicto del África subsahariana, se añade el flujo migratorio causado por las interminables guerras en países como Irán o Afganistán, que ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes desde la segunda guerra mundial, según denuncia Naciones Unidas. Da igual si proceden de Irán, de Sudán, de Afganistán, de Malí...todas estas gentes necesitan ser acogidas por una Europa que no las quiere, una Europa cuyos gobernantes no son capaces de buscar soluciones a este terrible drama humano. Todo lo que se les ha ocurrido es pagar a Turquía para quitárselos de encima - un acuerdo, por cierto, que Amnistía Internacional ha denunciado por considerarlo ilegal, solicitando a la UE que paralice de inmediato las devoluciones. 
Mientras, seguimos viendo los campamentos atestados de mujeres, hombres y niños; como si fueran animales, detrás de vallas de alambrada levantadas con una rapidez inaudita por las autoridades locales, en condiciones infrahumanas, y con la única ayuda de las ONGs. Siempre las ONGs. Al horror de estos campamentos hay que añadir los miles de desaparecidos - sobre todo niños y niñas - de los que se desconoce sus paradero pero que llegaron a Europa. Y el peor de los dramas, el de los muertos en el mar Mediterráneo de los que hablaba al comienzo. Los datos son difíciles de asumir. Sólo en los cinco primeros meses de 2016 y hasta el 31 de mayo, 2.443 han perdido la vida, mientras que 205.509 migrantes y refugiados han llegado a Europa por vía marítima, desembarcando en Italia, Grecia, Chipre y España, según la Organización Internacional para las Migraciones. 
No espero que los políticos españoles, enfrascados en una nueva campaña electoral - por mucho que la llamemos precampaña - aporten soluciones al drama de la emigración y de los refugiados. No espero que sean capaces de llegar a un acuerdo en torno a este delicado y urgente tema de carácter humanitario. Y no lo espero porque el domingo comprobé abochornada y con pena cómo quienes dicen ser los representantes de una nueva forma de hacer política cayeron en lo peor de la vieja política, en la demagogia, utilizando a los refugiados como arma arrojadiza electoral. No lo esperaba ni de Pablo Iglesias ni de Albert Rivera. Pero eso es lo que pasó en Salvados, el programa de Jordi Évole.
Escuchar a Rivera acusar a Iglesias de demagogia por ir a Grecia a "abrazar a Tsipras" mientras él había ido a "abrazar a niños" refugiados, me pareció muy desafortunado y tan demagógico como cuando Iglesias acusó a Rivera de ir a los campamentos a hacerse fotos para sacar rédito electoral. A favor de Rivera diré que fue el primer candidato que visitó varios campos de refugiados en Grecia. ¿Por motivos electoralistas? por lo que sea, lo importante es que los políticos conozcan de primera mano la realidad de los refugiados. Pedro Sánchez también se acercó pocos días después a dos campos de refugiados en Alemania, pero quienes siguen sin conocer sobre el terreno las penurias de los refugiados son Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Lo del presidente del PP no me sorprende, lo del presidente de Podemos, sí. 
De las muertes en el Mediterráneo, ni una palabra les escuché a nunguno de los dos candidatos de la llamada nueva política. Así que sólo espero que en la campaña que comienza oficialmente el jueves a las doce de la noche y que, por lo que veo, se presenta crispada y subida de tono, los candidatos hablen de los refugiados y de los emigrantes sólo para decir que están dispuestos a llegar a un acuerdo que trate de poner fin al creciente drama de tantas y tantas personas que sueñan con una vida mejor y que se quedan por el camino en ese cementerio de la vergüenza en el que se ha convertido el Mediterráneo.





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